domingo, 14 de agosto de 2011

Primera parte: Laramarca y Don Guillermo



¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido¡

Sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:

                                                                     Fray Luis de León (1527 - 1591)

Revisaba mi facebook antes de partir. Emocionado difundía a todos mis amigos lo siguiente: “Próximo viaje: Laramarca, provincia de Huaytara, departamento de Huancavelica”. Varios de ellos colocaron “Me gusta”. Mi noticia en el facebook contrastaba con otras que decían: Aruba me espera, Miami sin escalas, París soñado, etc.

Laramarca “La Perla de Huancavelica” es un pueblito andino muy cercano al cielo. Tal vez la mayoría nunca ha oído hablar de él. Lo encontramos enclavado en la cumbre de un empinado monte. La esposa  de un gran maestro y amigo, decía que los habitantes de la costa del Perú son personas muy extrañas, pues miran el mar y la dan la espalda a la sierra. Es la pura verdad, muchos de ellos, no todos y  me excluyo, miran el mar y la dan la espalda a su patria, a sus orígenes, a sus ancestros y a sus propios genes.

El poblado se encuentra a una altura de tres mil doscientos metros sobre el nivel del mar. Lo primero que se aprecia de él, es un arco que nos da la bienvenida. En tan sólo tres cuadras de recorrido se llega a su pequeña Plaza de Armas, conformada por las clásicas instituciones propias de todo pueblo colonial: una pequeña y antiquísima iglesia, el local municipal y el local comunal. Adicionalmente encontramos un colegio de educación primaria en buen estado de conservación y un hotel municipal que por ocasión de las Fiestas Patrias no tenía capacidad para albergarnos.



El hotel municipal estaba copado y se nos recomendó buscar a Don Guillermo Castro, ex alcalde del pueblo, ya entrado de años. Lo primero que vi de él fue su espalda, me percaté de su estatura media y robusta, caminaba cuesta abajo por la única calle principal. Estábamos a unos cincuenta metros de distancia y aceleramos el paso para alcanzarlo. Caminaba lentamente pero se le percibía fuerte aún; le dije en tono muy respetuoso: Don Guillermo, buenos días, el volteo y nos miró con algo de desconfianza, allí recién pude ver su rostro cobrizo y bruñido, curtido alternadamente por el inclemente Sol serrano y el gélido clima de la noche andina.

El aire seco de la sierra había tallado profundas arrugas en un semblante que denotaba el carácter fiero de antaño y la serenidad del ahora. De pocas palabras, pero que transmitían calidez, nos ofreció alojamiento en su propia casa, cediéndonos dos camas que se hallaban al lado de la suya. Este gesto simboliza el carácter acogedor y servicial de los Laramarquinos.



El pequeño pueblo de Laramarca se encuentra ubicado en el Perú profundo, a una distancia de 180 kilómetros, partiendo desde la hermosa ciudad de Ica, llegar a él, tarda, en el mejor de los casos, cinco horas. Los vehículos tienen que recorrer un afirmado en pésimas condiciones. En el trayecto se encuentra el proyecto minero de Buenaventura, desde el cual, la minera concesionaria, obtiene lingotes de oro de altísima pureza y alta cotización en el mercado internacional, los cuales salen hacía el exterior en camiones blindados, protegidos por un pequeño ejército de camionetas 4x4, con hombres armados hasta los dientes.  

Antonio Raimondi, el sabio italiano que amó a nuestra patria con pasión, afirmaba que “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”. Hoy en día,  el mendigo, ve con inusitada resignación que otros se sientan y almuerzan hasta la gula, en su despojado banco de antaño.

Al ingresar a la vivienda de Don Guillermo, observé pieles de carnero y una gran cantidad de maíz y papa seca          que se dejaban curtir por el astro Sol. Una de las cosas que más me llamó la atención, fue el advertir que en cada cama había seis frazadas muy gruesas y pesadas, tenían lindos tonos multicolores. En ese instante pensé ¡Qué exagerados¡

Era el 27 de julio de 2011, el pueblo se preparaba para recibir las Fiestas Patrias, un estrado en la Plaza de Armas, parlantes de gran tamaño y de presumible poder con altos decibeles lo acompañaban. Las horas fueron pasando y la plaza se fue llenando.


Llegada la noche se inició un bello desfile de antorchas que marchaban lentamente desde el extremo opuesto de la plaza, decenas de niños de la escuela primaria habían confeccionado, presumiblemente con apoyo de sus padres, lindas antorchas que expresaban la capacidad inventiva de los entusiastas infantes: un avión naranja con hermosas alas amarillas, el busto de un mariscal, un patito blanco de pico naranja y cuello espigado, entre otras figuras más, conformaban el colorido y precoz desfile de antorchas, iluminadas por una solitaria vela interior.

Luego de una hora, las palabras del Alcalde del Pueblo y la premiación a la más linda antorcha. Los aplausos del público asistente a la antorcha ganadora me hicieron sentir lo bello de la vida sencilla, alejada del mundanal ruido y de las ambiciones occidentales,   del auto del año o el departamento de estreno y otras cosas de escaso valor que el oro o la hipoteca por veinte años puede comprar. Ya decía San Agustín ¡Qué feliz soy cuando voy a un mercado y veo tantas cosas que no necesito comprar¡

Llegó la noche y descubrí que las seis frazadas eran sólo un placebo. Nunca en mi vida pensé enfrentar un frío tan intenso como el que sentí en Laramarca. Era un frío casi mágico y sobrenatural que atravesaba kilos de lana que infructuosamente pretendían abrigarnos. Nada podía contra él. Yo llevaba puesto el pijama, el pantalón vaquero, dos polos,  chompa de lana, casaca “térmica”, guantes de lana y chullo, todo ello bajo 15 kilos de frazadas. El frío se burlaba de todo: era inútil enfrentarlo, era magia andina.  

domingo, 16 de enero de 2011

Fin

Luego de tres horas de caminata, iniciamos el retorno a la explanada. Un hermoso hotel se encuentra a un extremo de ella. Prefiero no preguntar el precio. Los turistas están mojados, cansados, pero contentos. Llevan en la mano una botella de agua mineral casi vacía. Veo que prefieren la San Luís, presumo  porque en letras pequeñas dice The Coca Cola Company.

Fatigados, pero satisfechos, iniciamos el descenso en el bus ecológico. Después de Machu Picchu poco me anima a la continuación de esta narración. Finalmente, el viaje de retorno en el tren local.
Así habló el viajero...

La sinergia

Veía muchas personas, avanzaban en grupos grandes y pequeños. Algunos hablaban ingles, japonés, italiano. Nuestros guías son políglotas. El esfuerzo de los jóvenes cuzqueños es loable al máximo. Tomé cientos de fotos. Todas tenían como fondo la ciudadela. Pero en un momento, luego del furor inicial, miré hacia el monte y pude ver, desde una gran altura, al caudaloso río Urubamba, enmarcado dentro de enormes farallones verdes cubiertos de nubes. Había sido ingrato con la naturaleza. Faltaba una foto de ella. Me di cuenta que la belleza de esta ciudad escondida, surge de la sinergia del trabajo inca y su entorno con la naturaleza. ¿Qué pasó acá? Me pregunté.

¡El que quiera creer que crea; el que no, que no crea¡

Llegamos a una piedra con peculiar forma, parece una mesa, me llama la atención que los turistas se agolpan a su alrededor. Todos ponen sus manos sobre ella. Acercan las palmas de las manos a un centímetro de la roca. Empiezan a decir que sienten la energía proveniente de la piedra, lo expresan emocionados en infinidad de idiomas, la gente ríe, cierran los ojos y meditan, sienten el Om. Es una piedra mística que absorbe las malas energías y fluyen de ella energías positivas, dicen. Mi amigo Fernando, afirma que regresando iremos al casino. Yo también me animo a poner mi mano sobre ella. Me dicen que la separe y la coloque a un centímetro. Me preguntan  ¿Sientes la energía? ¿Sientes la electricidad? Algo descreído dije: Cuando las gotas de la lluvia caen sobre la piedra, se fraccionan en gotas más pequeñas y eso hace sentir la vibración. Los turistas de habla castellana se rieron. Escuché que un crédulo decepcionado por lo que afirmé, respondió en voz alta ¡El que quiera creer que crea; el que no, que no crea¡

Me dio risa, aunque no fue mi intención malograrle su creencia y su ilusión mística. Tal vez no tengo la sensibilidad suficiente para creer: ese es mi problema. Al menos les dio mucha risa lo que dije y proseguí mi camino para no importunarles. Al fin y al cabo, de lo que se trata, es pasarla bien.

Los andenes

La ciudadela tiene enormes escaleras, andenes en perfecto estado de conservación, habitaciones que servían de vivienda, almacenes, templos, plazas principales y secundarias, canales de agua que funcionan superando las leyes de la Física, llamas que pastan por los jardines. 

  

¡Machu Picchu¡

La lluvia una vez más se convierte en nuestro despertador. Me levanto muy descansado. Parece que las aguas termales del día anterior aliviaron nuestra fatiga. Salimos temprano del hotel. La lluvia era intensa y por fin me permite estrenar mi poncho plástico. Camino unas cuantas cuadras y me dirijo a la estación de buses con destino a la ciudadela de Machu Picchu. Lentamente se va llenando el bus.

Lo que vino después fue inimaginable. El vehículo empieza a recorrer la ruta de acceso en forma zigzagueante. En el camino  se ven viajeros que valientemente se animan ha recorrer a pie toda la ruta. Me dicen que dura dos horas. Francamente pienso que lo no haría ni en diez. No es lo mismo Cusco a los veinte que a los cuarenta. El bus tarda veinticinco minutos en llegar a una gran explanada, en la cual, un buen número de turistas se dirigen hacía las puertas de ingreso a la ciudad perdida de los incas. El paisaje es textualmente aplastante. Las montañas tienen mucha verticalidad, son farallones verdes en los que la vida abunda. La lluvia no se detiene.

Luego de entregar nuestro ticket de ingreso, empezamos a subir unos escalones de piedra. Luego, lo más difícil de escribir. Estoy narrando un viaje. Pero lo que tengo frente a mis ojos es imposible de plasmar en letras. Sólo me aproximaré a lo que observé: Una ciudad de gran tamaño que no corresponde a las fotografías o videos que hay sobre ella. Un estado de conservación asombroso. Parece recién construida. Si se techaran todos los ambientes y se adornara con artesanía, nadie dudaría que recién ha sido construida. Los turistas miran absortos. Todos empiezan ha tomar fotos, no una, sino miles de fotos. Mis lentes se llenan de gotas, la lluvia continúa, no me molesta, la torrencial lluvia hace la visita más exótica. La altura ya no me afecta tanto. Machu Picchu está a casi mil metros de altura menos que el Cuzco. La emoción me hace subir los escalones temerariamente. Si mi corazón revienta ¡No me importa¡  ¡Conocí Machu Picchu¡

                                                                                       


                                                                                                  

La diversidad

Luego de bajar del tren, nos dirigimos a comprar el boleto de regreso y pagar el derecho de ingreso a Machu Picchu. Para los peruanos el ingreso cuesta sesenta y cuatro soles; para los estudiantes peruanos la mitad. Buscamos un lugar en donde almorzar, se hacía necesario. El menú nos cuesta diez soles. Parece que este lugar no es tan caro como nos habían dicho.  Después de almorzar hallamos un hotel cómodo, con agua caliente y televisión. La habitación doble nos costó tan sólo cincuenta y cinco soles.

Aguas Calientes es única. La mayor parte de los negocios tienen publicidad en ingles. Hay una gran cantidad de turistas. El dejo argentino y chileno es predominante. El acento de los gringos también se hace común. La gente es bonita, diversa y muy joven. Veo muchas parejas de muchachos. Muchos parecen ser novios o, en todo caso, se les ve muy enamorados. Otros parecen estudiantes que viajan en grupo. Hay también lindas familias. Algunos viajan solos pero se les nota contentos. Viajar solo tiene un encanto: la libertad de elegir el camino ha seguir, sin consultar. Me llamó mucho la atención un muchacho que viajaba con un perro dálmata, de tan sólo tres meses, me contó que siempre viaja con él: era su mejor amigo. La gente se saludad fácilmente. Conversé con muchos sin antes haberlos conocido. Parece que el ambiente turístico contagia a todos, nadie desconfía del otro. Vienen a lo mismo: conocer la ciudad sagrada de los incas.

 El nombre del poblado de Aguas Calientes se origina en las aguas termales de origen volcánico. Era imprescindible darse un chapuzón.

Nada “fashion”, me compré un short de fútbol, con un grande y horrible número tres. Así me di un chapuzón entre turistas de diversas partes del mundo. Creo que les gusto mi moda deportiva, o quien sabe, mi conchudes. Hay en los baños termales diversas piscinas, varían en tamaño y temperatura del agua, el costo de ingreso para los peruanos es de cinco soles. El paisaje es espectacular. Las piscinas se ven diminutas dentro de la enorme vegetación y el vertical monte  parece caer encima de uno. La vista se entretiene, hay gente muy linda en este lugar. Ya luego de hora y media en la caliente agua, decidí retornar al hotel. Me di un duchaso, sería un crimen que en un Hotel de Aguas Calientes no haya agua caliente. Por suerte, mi lógica fue acertada y me di una deliciosa ducha tibia. Salí a cenar. Mañana será otro día…Así hablo el viajero.